11 de junio de 2011

Lo que el ADN no puede

Son hermanas desde los 50 años, porque eso es perfectamente posible. Comparten edad, parecido e incluso cierta forma de hablar. No hay más que verlas para comprobar que lo único que cambia es el tinte de pelo y unos quilos de una por un lado, y los de la otra por otro. Es un parecido exponencial, crece a al velocidad del vínculo.

María Victoria, de Santa María de Páramo, sabía desde siempre que había tenido una hermana gemela que murió al nacer. María José nació en el Hospital Provincial de Valencia. Por boca de unos amigos supo que tenía una hermana, pero, por lo visto, el tema siempre fue un tabú en su casa.

Se encontraron en el periódico. Vicky concedió una entrevista donde explicaba que su hermana gemela fallecida podría haber sido, en realidad, dada en adopción, como tantos otros que se dieron por muertos en las maternidades durante el franquismo. Maite no tardó en ponerse en contacto con ella: se parecían mucho.

Intercambiaron fotografías de infancia, adolescencia, y decidieron conocerse. No comparten grupo sanguíneo, se llaman cada día por teléfono, la prueba de ADN ha dado negativo, y han hecho planes para pasar juntas parte de las vacaciones de verano. Pero la tristeza de que en su momento no se cometió ninguna irregularidad y la decepción de que no han vivido toda su vida engañadas está latente, que la tragedia no es tragedia. La mala suerte que nunca fue, jamás será reparada.

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