Voy yo y te las tiro al mar

Andamos por la pasarela. El mar se me mete en las rodillas. El paseo cada vez es más estrecho, cada barco que pasa tiene más nudos, más mástiles y proas más largas. A ti te gusta mirar el panorama porque es tuyo, yo lo disfruto porque es muy curioso estar así de cerca de lo tuyo. É aquí una barca pequeña llamada tuya.

Lanzo las llaves del pesquero al mar. Flotan gracias a un corcho que tienen por llavero. Me miras con odio y yo te digo que a veces no uso el camino más recto para hacer las cosas. De hecho, las puedo torcer tanto que acabo hundiéndome como el llavero de metal con sus llaves.

-¿Y si llegan a no tener corcho? –dices en la cubierta de la barca.

-Pero lo tiene –respondo yo en la pasarela ondulante.

-Pues te irás tras de ellas, que lo sepas –adviertes.

-¿Y no te tirarías tú a por ellas?

-Claro que no, Gi.

Sin embargo estoy de suerte. Tu barca tiene un gancho.

-¿Qué hubiéramos hecho si no estuviera esto? –me enseñas el rescate como un pez, al tiempo que acercas la barca al muelle agarrando una cuerda.

No lo sé, la verdad. No sé qué hubiera pasado. El echo es que ese gancho estaba, y seguro que algo muy distinto hubiéramos hecho. Ni me preocupa lo que no pasó.

-¿Pero, Gi, en qué piensas cuando haces esas cosas?

-En que hubiera sido muy mala suerte que cayeran.

-¡Pero era probable! Tenías mil opciones más fáciles.

-Pero esas ya sabía que funcionaban. No sé ni explicártelo. Creo que sabía que no se hundirían con el corcho. Solo perdía tiempo probándolo.

-Siempre haces lo más difícil.

Sí, pero pese a ello sé que mi cuerpo flota sobre mis errores.