Ahora mismo me encerraría dentro del mini-bar con mis dotes, incuestionables, de circense. Me bebería las botellitas, las abriría con los codos, me las llevaría a la boca con la rodilla. Aprovecharía para lamentarme un minuto. Gritaría hasta llenarlo todo de ondas acústicas muy agudas.
¡Noestoynoestoynoestoy! ¡ARGG!
¿Dónde, dónde está Gi? Se preguntaría Elsa Pataki, el director de The Chaser, Eduardo Noriega, los directores pedorros del gore, el maravilloso astronauta de 2001.
¿Que dónde estoy? Sé que es difícil aquí la vida sin mi, chicos modestos míos, pero como llevo una semana encerrada y encima ahora también soy redactora especialista en videojuegos (¡sorpresaaa!), sólo me apetece corretear por el hotel con Abel Ferrara. Emborracharnos y dejar sus premios encima del bar, gritar a la prensa y tocar el piano sin saber más allá de El himno de la alegría.
Y no me quejo, porque a fin de cuentas todo esto es... es bueno. Repite otra vez: Es bueeeeeno, bueno, bueno para ti, bueno para ti...
Un café y dos red-bulls, por favor. Subanmelo de prensa al mini-bar de la 323, que son las dos de la mañana y tengo que escribir sobre Lego Batman y ya tengo hasta agorafobia.
Tengo este bucle en la cabeza:
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