4 de mayo de 2008

Te lo contaré en 3 rayas

Tomo mi cerveza negra mientras espero que se baje el disco de Feist que no he oído y recorto las revistas de Descubrir el arte que me están estorbando. Esta habitación no tiene espacio para publicaciones mensuales, por desgracia.

-Voy a buscar un gramo -dice mi compañera de piso.
-¿Pero un gramo de qué? –la miro tumbada en la cama de mi habitación.
-De coca.

Me enfilo con ella la primera raya en casa y me fumo una pistola. Se me adormece la parte izquierda de la nariz, y un lánguido moco agrio me recorre las tuberías. Sé que dentro de veinte minutos tener los ojos verdes jugará en mi contra y las pupilas dilatadas serán más evidentes en mí que en ella, que los tiene negros. En el metro noto el punto, el punto discreto y espontáneo del polvo idiota. Estoy muy tranquila, ella parece muy incómoda con su nariz. Le hago un gesto con la cabeza “para de sorberte el moco, que ya no queda nada” creo que le quería decir. No me entendió y las familias nos miraban apartando los niños.

Nos metemos otra en el baño del restaurante. La prepara en el espejito de la polvera. Es una mezcla curiosa de refinamiento barriobajero, y soy consciente que me estoy llevando conmigo parte de base de maquillaje. Me da la risa. “No me mires” dice ella. Obedezco, todos necesitamos nuestra intimidad. Nos vamos de fiesta, y lo único que siento es que no estoy cansada. No es nada especialmente divertido, solo es una noche tirando a locuaz, sin mucha leyenda ni mucho más memorable que recordar.

La última es a las tres de la mañana, y yo me siento más borracha que otra cosa. El alcohol anula el ángel, y el ángel neutraliza las musas. Sigo sintiendo la nariz como un muñón de un brazo que no tengo, y ese gusto agrio que solo puede compararse con el gintonic y que no se va por muchos chicles de melón que te metas en la boca. Y pienso en Antonio Escohotado como si fuera mi abuelo.

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