28 de marzo de 2008

El tiempo entre la Fanta y la birra


Miro a Miki con atención. Cuando tenía catorce años me gustaba mucho, no me atraía, pero me gustaba. Fuma los cigarrillos sin exhalar desesperadamente. Se pasa la mano por su pelo rubio, y lo recuerdo casi albino cuando íbamos juntos a preescolar. Sigue fumando, contándome alguna historia que me he perdido. Siempre ha sido muy atractivo, ahora con un aire más agotado, también más sereno.

-¿Me invitas a otra cerveza?
-Claro que sí, guapo.

Nos besamos por primera vez en su casa, tumbados sobre un colchón. Ese verano de tontos también empezamos a hablar de la poca literatura que sabíamos (sabemos) y descubrí el soul en el comedor de su casa. Amanecía, y el encanto de la mañana, el soul y la pizza fría se rompió cuando sentí los pelos de sus piernas, transparentes y largos, en las mías. Me di cuenta que lo mío no eran los chicos guapos, aunque besaran bien.

Al menos sonaba John Legend en el bar este miércoles.

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