Me ha dicho que le han dicho que tú has dicho

No hace mucho, una amiga se encontró a un viejo amigo. Éste estaba muy enfadado. Lo mejor del caso se centra en la información que posee mi viejo amigo. Aún y no hablar en años, él ha recibido de mi supuesta propia boca que no quiero saber nada de él, ni de los de "siempre". Textualmente, concreta palabra por palabra mi amiga, le dijo que sabía que yo había dicho que no tenía nada que ver con mis amigos. Luego sumó lo anterior de cosecha propia. Sumo con los dedos cuantas personas hay de por medio en todo este lío infantil de fidelidades traicionadas y lealtades flojas. El agravio fue breve: conciso fuera de contexto y vago dentro de él. Es una lástima.

Pues bien, uno de los detalles que llama más la atención de los deliciosos mapas medievales de esta historia es que a medida que se han descubierto relieves, los mapas han evolucionado de manera dispar. Parece ser que no compartimos el mismo mapa del mundo, aunque ambos navegamos y vamos a caballo usándolo sin dudar que es cierto. El país que sobre papel se asemeja más a la realidad es el propio. Le hemos dedicado muchas horas. Eso no es de extrañar. A partir de allí, cada uno de nuestros cartógrafos se ha guiado por informaciones variopintas y una supervisión más bien perezosa del rey de turno. Lo que tampoco es de extrañar es que había terrenos desconocidos, especialmente en el mar. En esos casos, cuando había que marcar la ignorancia de tierra suelta, el señor cartógrafo ha dibujado un dragón serpenteando una larga eme sumergida en el agua. Desconocer qué podía deparar ese fragmento de mar, automáticamente se ha revelado como un peligro apto sólo para almirantes que se han complicado la vida, marineros ansiosos de descubrir una ruta, musculitos más o menos legendarios que han leido tal cual el mapa y han embarcado para matar el terror de las gentes o directamente para no acercarse ni en broma.

Amigo, viejo amigo mío, sólo quiero dejar clara una cosa:
¡GRRRRRRRRRRRROAAAAAAAAR!