1. m. Producción contra el orden regular de la naturaleza. 2. m. Ser fantástico que causa espanto. 3. m. Cosa excesivamente grande o extraordinaria en cualquier línea. 4. m. Persona o cosa muy fea. 5. m. Persona muy cruel y perversa. 6. m. coloq. Persona de extraordinarias cualidades para desempeñar una actividad determinada. 7. m. Versos sin sentido que el maestro compositor escribe para indicar al libretista dónde ha de colocar el acento en los cantables.
Todo se masca, todo se describe. Y esto es así, esto es así. La ciudad, esta ciudad, lo que es, es un monstruo. Y esto es así. Hay milanesas que matan y el agua para el mate a veces se termina. Se come galletas, el café arde como si fuera té. No hay prisa, que todo se mastica, que el tiempo de la conversación se digiere, pesado, bolas de fraile. Se alzan los brazos, se cambia de silla. Aparece comida nueva. Se describen las comidas, las políticas. Fútbol Para Todos. ¿Dónde se compra esa misteriosa tarjeta monedero? En el subte. ¿Qué subte? No hay en Caballito un solo subte que te la venda, y encima ni te saben explicar dónde. Medias lunas.
Todos a la vez. Todos con el auto, los unos con los nuevos, los otros con los viejos de los unos. El infierno puede que esté desorganizado, no lo niego, y reconozcamos que lo ordenado resulta celestial. Pues muy bien. Hay rincones bonitos. Sí, claro, yo no sé, Palermo, San Telmo, esas cosas. ¿Vieron el Delta del Tigre? Que insistencia. Pasta frola de membrillo. A mí lo que me gusta de Buenos Aires es todo lo que odio de ella: ser la número diez en la cola del colectivo a las 6 de la tarde, que me ofrezcan volantes cada dos por tres, salpicarme los pantalones con una baldosa floja, el miedo a ser arrollada en un paso de peatones con el semáforo en verde, esquivar la basura por la noche, una televisión por cable saturada de publicidad, abrir la puerta del portal con llave, el periódico del domingo por las nubes. Y sin embargo, pañuelitos, rosquitas, arrolladitos. ¡Sólo una vuelta más a la calesita, una, no más!
¡Já! No te lo crees ni tú: darás tres sobre la grupa del monstruo. Ahora todo es Palermo. Él vive en Palermo Queens. Y es gracioso, porque tiene su aquel para el turista. Es bonito, sí: ordenado, digerido. Está pensado para quien cree vivir en sueños. No les despierten. Shhhh... todos a lomos del engendro. Bocadillitos de miga. Como anestesiada, dice ella, yo vivo como anestesiada. Que si se detiene a pensarlo, se deprime. ¿Y qué? Obras para todos. Cristina para todos.
Desesperados, ¿viste? Conducen así, se mueven así. Se enojan cosa bárbara, y luego van al parque, ya ves. Si hay que manifestarse, se manifiesta, y si hay que invadir Corrientes y no dejar pasar el tráfico por Callao, se hace y punto. Intentos de vivir tal cual existen los intentos de suicidio: el monstruo se alimenta de lo más dulce.
16 de junio de 2011
Carne de píxel
Agustín Fernández Mallonos gustaba ver películas juntos, y llorar de risa en los finales cursis, nunca en los amargos, fingir que sabíamos lo suficiente de estética y vida como para distinguir lo bueno de lo malo. Al final no fue así, tú llorabas y llovía, y era francamente malo y amargo. Aprender a gestionar la fantasía de un solo golpe.
para mí siempre fue un misterio el origen de tu ropa interior, de su perfecta cabida en tu cuerpo. Inversa es la lógica de quien descubre una tierra analógica pero real como la de un espejo. Pero si te fijas, la imagen del espejo no responde exactamente a la real, el espejo posee una pátina que aunque invisible la oscurece, como si algo de materia se perdiese en el trayecto, un residuo que si lo juntaras verías lo que pierde aquel que te mira; mejor dicho, quien en tu imagen desaparece; o, aún mejor, quien en ti ya ha desaparecido.
para mí siempre fue un misterio el origen de tu ropa interior, de su perfecta cabida en tu cuerpo. Inversa es la lógica de quien descubre una tierra analógica pero real como la de un espejo. Pero si te fijas, la imagen del espejo no responde exactamente a la real, el espejo posee una pátina que aunque invisible la oscurece, como si algo de materia se perdiese en el trayecto, un residuo que si lo juntaras verías lo que pierde aquel que te mira; mejor dicho, quien en tu imagen desaparece; o, aún mejor, quien en ti ya ha desaparecido.
11 de junio de 2011
Lo que el ADN no puede
Son hermanas desde los 50 años, porque eso es perfectamente posible. Comparten edad, parecido e incluso cierta forma de hablar. No hay más que verlas para comprobar que lo único que cambia es el tinte de pelo y unos quilos de una por un lado, y los de la otra por otro. Es un parecido exponencial, crece a al velocidad del vínculo.
María Victoria, de Santa María de Páramo, sabía desde siempre que había tenido una hermana gemela que murió al nacer. María José nació en el Hospital Provincial de Valencia. Por boca de unos amigos supo que tenía una hermana, pero, por lo visto, el tema siempre fue un tabú en su casa.
Se encontraron en el periódico. Vicky concedió una entrevista donde explicaba que su hermana gemela fallecida podría haber sido, en realidad, dada en adopción, como tantos otros que se dieron por muertos en las maternidades durante el franquismo. Maite no tardó en ponerse en contacto con ella: se parecían mucho.
Intercambiaron fotografías de infancia, adolescencia, y decidieron conocerse. No comparten grupo sanguíneo, se llaman cada día por teléfono, la prueba de ADN ha dado negativo, y han hecho planes para pasar juntas parte de las vacaciones de verano. Pero la tristeza de que en su momento no se cometió ninguna irregularidad y la decepción de que no han vivido toda su vida engañadas está latente, que la tragedia no es tragedia. La mala suerte que nunca fue, jamás será reparada.
María Victoria, de Santa María de Páramo, sabía desde siempre que había tenido una hermana gemela que murió al nacer. María José nació en el Hospital Provincial de Valencia. Por boca de unos amigos supo que tenía una hermana, pero, por lo visto, el tema siempre fue un tabú en su casa.
Se encontraron en el periódico. Vicky concedió una entrevista donde explicaba que su hermana gemela fallecida podría haber sido, en realidad, dada en adopción, como tantos otros que se dieron por muertos en las maternidades durante el franquismo. Maite no tardó en ponerse en contacto con ella: se parecían mucho.
Intercambiaron fotografías de infancia, adolescencia, y decidieron conocerse. No comparten grupo sanguíneo, se llaman cada día por teléfono, la prueba de ADN ha dado negativo, y han hecho planes para pasar juntas parte de las vacaciones de verano. Pero la tristeza de que en su momento no se cometió ninguna irregularidad y la decepción de que no han vivido toda su vida engañadas está latente, que la tragedia no es tragedia. La mala suerte que nunca fue, jamás será reparada.
10 de junio de 2011
Villa Borguese
Velocidad de los jardines, Eloy TizónEva tenía problemas con las palabras. Para Eva, las palabras se parecían demasiado a esas cortinas de plástico que se instalan alrededor de la ducha: es cierto que son cortinas comprensibles, pero detrás de ellas con frecuencia se adivina la presencia de una delgada silueta entrevista que busca alguna cosa o enjabonándose. El lenguaje solía estar siempre ocupado.
23 de febrero de 2011
Cómo enlutar una Doña Teodora
La Bella, enigma y pesadilla, de Pilar PedrazaLas Sirenas de mar me interesan poco, salvo la Doña Teodora de Alvaro Cunqueiro, griega de nacimiento, que a la muerte de su amigo el vizconde portugués, quiso meterse monja en un monasterio de la laguna de Lucerna. Como tenía la cola rosada y se la quería teñir de luto, recurrió a Don Merlín. Realizó éste el encargo sumergiéndola en una tina llena de un caldo cuyos ingredientes recojo, por si alguien se ve en la tesitura de tener que enlutar un pescado. Son los siguientes: polvo de oro sulfatado, cuatro mezclas de corteza de nogal, extracto de campeche y crémor tártaro. Hay que remover esto durante una hora con una varita de plata y luego añadir un puñado de sal. Con tal mixtura, la cola viene a quedar de un color negro brillante, con un filo de oro en el borde de cada escama.
Harpías
La Bella, enigma y pesadilla, de Pilar Pedraza
Sabemos que sus lágrima son de lejía, que vomitan ácido sulfúrico y que, cuando escupen, hacen grandes agujeros en los sueños. Es su risa sonora, hueca y poco profunda, generada en la bóveda del paladar y no en el pecho, o bien fina y como de falsete –muy peligrosa esta última, más irritante que la primera–. Uñas largas y pintadas de escarlata rematan sus dedos nudosos, cargados de anillos de oro verde y piedras falsas: manos que sugieren gran manejo de recibos estampados en papel barato, rosarios de cuentas sintéticas, preservativos y cuchillos. Las arpías sufren de pies fríos y sus narices destilan perpetuamente un moquillo delgado, semejante por su química al aceite de ricino.
Sabemos también el porqué de su hambre sempiterna, que hace que sus tripas rujan como cañerías: se debe al hecho de que los ácidos de sus estómagos son ta corrosivos que disuelven los alimentos apenas los engullen. A ello se une la circunstancia del tremendo vacío que hay en el interior de su ser, que –a modo de gran bostezo– fagocita y aniquila sin descanso, y también sin ton ni son, cuanto pedazo del Universo se ofrece a sus ojillos pitarrosos.
Las Harpías antiguas solían tener con los Vientos unos amoríos a resultas de los cuales echaban al mundo rapidísimos caballos, montura de los héroes. Las modernas llevan una existencia estéril: no tienen hijos, no plantan árboles, no escriben libros –aunque sí gustan de roer los ajenos, y hasta de babearlos–. Esta absoluta aridez se debe a su naturaleza centrípeta: lo absorben todo, pero no son capaces de entregar nada al mundo.
Harpya, de Raoul Servais
Sabemos que sus lágrima son de lejía, que vomitan ácido sulfúrico y que, cuando escupen, hacen grandes agujeros en los sueños. Es su risa sonora, hueca y poco profunda, generada en la bóveda del paladar y no en el pecho, o bien fina y como de falsete –muy peligrosa esta última, más irritante que la primera–. Uñas largas y pintadas de escarlata rematan sus dedos nudosos, cargados de anillos de oro verde y piedras falsas: manos que sugieren gran manejo de recibos estampados en papel barato, rosarios de cuentas sintéticas, preservativos y cuchillos. Las arpías sufren de pies fríos y sus narices destilan perpetuamente un moquillo delgado, semejante por su química al aceite de ricino.
Sabemos también el porqué de su hambre sempiterna, que hace que sus tripas rujan como cañerías: se debe al hecho de que los ácidos de sus estómagos son ta corrosivos que disuelven los alimentos apenas los engullen. A ello se une la circunstancia del tremendo vacío que hay en el interior de su ser, que –a modo de gran bostezo– fagocita y aniquila sin descanso, y también sin ton ni son, cuanto pedazo del Universo se ofrece a sus ojillos pitarrosos.
Las Harpías antiguas solían tener con los Vientos unos amoríos a resultas de los cuales echaban al mundo rapidísimos caballos, montura de los héroes. Las modernas llevan una existencia estéril: no tienen hijos, no plantan árboles, no escriben libros –aunque sí gustan de roer los ajenos, y hasta de babearlos–. Esta absoluta aridez se debe a su naturaleza centrípeta: lo absorben todo, pero no son capaces de entregar nada al mundo.
Harpya, de Raoul Servais
Crimson Viper contra el Meme Maníaco Metamórfico, vol.1
de Dennis O'Neil en Los superhéroes y la filosofía, VVAA
Lo que dices es lo siguiente: cuando eras un gran lector de cómics, en toda la escuela secundaria y buena parte de los estudios universitarios, tenías un superhéroe favorito, Crimson Viper. Y constituía una parte importante de tu vida. Entonces, la vida real te alejó de los cómics. Conociste a la persona a la que llamas Ella, compañera del alma y enemiga del alma, y te casaste con Ella y luchaste con Ella todas las noches y la mayoría de las mañanas, y al final te mudaste y, buscando consuelo, te acercaste a la librería especializada más cercana. Cuando viste que tenían un estante completo dedicado a Crimson Viper, hiciste algo que llevabas meses sin hacer: sonreíste. Te fundiste una buena cantidad de dinero comprando todos los números atrasados que te faltaban, volviste a toda prisa hacia la (penosa) habitación en la que vives ahora, te arrojaste sobre el (piojoso) colchón, abriste un libro y... cinco minutos más tarde, lo arrojaste furioso contra la (sucia) pared. ¡Qué desastre, estaba todo mal! ¡Aquél no era tu Viper!
Y, ciertamente, no lo era. Viper había cambiado significativamente en los cuatro años que te habías mantenido alejado de él. Te sientes engañado. Ultrajado. Tan traicionado como cuando supiste la verdadera razón por la que Ella iba a visitar, día tras día, a su "hermana".
Lo que dices es lo siguiente: cuando eras un gran lector de cómics, en toda la escuela secundaria y buena parte de los estudios universitarios, tenías un superhéroe favorito, Crimson Viper. Y constituía una parte importante de tu vida. Entonces, la vida real te alejó de los cómics. Conociste a la persona a la que llamas Ella, compañera del alma y enemiga del alma, y te casaste con Ella y luchaste con Ella todas las noches y la mayoría de las mañanas, y al final te mudaste y, buscando consuelo, te acercaste a la librería especializada más cercana. Cuando viste que tenían un estante completo dedicado a Crimson Viper, hiciste algo que llevabas meses sin hacer: sonreíste. Te fundiste una buena cantidad de dinero comprando todos los números atrasados que te faltaban, volviste a toda prisa hacia la (penosa) habitación en la que vives ahora, te arrojaste sobre el (piojoso) colchón, abriste un libro y... cinco minutos más tarde, lo arrojaste furioso contra la (sucia) pared. ¡Qué desastre, estaba todo mal! ¡Aquél no era tu Viper!
Y, ciertamente, no lo era. Viper había cambiado significativamente en los cuatro años que te habías mantenido alejado de él. Te sientes engañado. Ultrajado. Tan traicionado como cuando supiste la verdadera razón por la que Ella iba a visitar, día tras día, a su "hermana".
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